Un ciudadano se dedicaba a espiar a su vecino, pero no del modo habitual que nos enseñan las películas yanquis, sino de un modo poco discreto.
Puso un potente reflector, que apuntaba la puerta de su vecino, y filmaba la gente que entraba y salía de la vivienda.
Por supuesto, lo denunciaron, lo condenaron, además de pagar una multa por violar la intimidad del vecino, el vecino le adosó daños morales por el potente reflector.
¿Digo yo, por qué no nos enteramos de para qué hacía eso el tipo?
Los periodistas también viene devaluados, nos dejaron con la intriga de saber qué era tan interesante, por qué hacía eso el vecino.
Más allá de la intriga que me quedó del asunto, me pregunto: en la era de la exhibición, la intrusión, la indiscreción, ¿no es extraño el asunto?
Los dos actos son extraños, el que espiaba y el que denuncia, pues son actos desenfocados con la época.
En la era del WikiLeaks y de la inseguridad, piénsenlo.
A mí me vendría bastante bien un trastornado de esos que filme la entrada de mi edificio, así estaríamos más seguros, disuadirían a los ladrones y a los mendigos que en cuanto llueven nos copan la entrada, dejando un olor que no se sale en días, y que con la lluvia se potencia.
A las señorotas del edificio les “da pena”, pero luego es imposible no tratar de pasar corriendo, ni con lavandina se sale el olor a orín y mugre que dejan.
Como sea, la noticia me ha dejado bastante desconcertado, no entiendo a ninguno de los 3, ni al espía, ni al espiado, ni al periodista que no preguntó un poco más sobre el asunto que es descabellado por donde se lo mire.
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